martes, 28 de abril de 2015

1º de mayo: un poco de historia


1º de mayo de 1921 en el puerto de Santa Cruz


       En 1889, en París, la Segunda Internacional declara el 1º de mayo como jornada de lucha y de homenaje a los Mártires de Chicago. Pero ¿quiénes son los Mártires de Chicago?

       Hay que remontarse algunos años más. El final del siglo XIX es un tiempo convulso para la clase trabajadora tras la Revolución Industrial. En Estados Unidos se suceden huelgas y movilizaciones reprimidas con violencia por la policía y la Guardia Nacional: golpes, balas y prisión son utilizadas frente a una clase obrera que vive en condiciones de semiesclavitud, hambre y miseria.

       En ese contexto los/as trabajadores/as, organizados en sindicatos como La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo o la Federación Estadounidense del Trabajo, convocan a la huelga a partir del 1 de mayo de 1886 con un objetivo claro: establecer la jornada laboral de 8 horas (ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que queramos).

       En Chicago, segunda ciudad más poblada de EE.UU. en aquel momento y con las condiciones de los/as trabajadores/as aún peores que en otros lugares del país, se paró casi completamente la ciudad. Una de las fábricas que continuó trabajando, contratando a esquiroles, fue la empresa de maquinaria agrícola McCormick. En la plaza de Haymarket de Chicago, el primero de mayo, se produce una gran manifestación contra esta empresa, cargando la policía contra los manifestantes quedando tras los disturbios varios muertos y heridos. En los siguientes días continúan las manifestaciones obreras tanto en la puerta de la fábrica McCormick, como en distintas partes de Chicago, aumentando día a día el número de muertos y heridos por la represión policial. La indignación crecía. 

       El 4 de mayo en la plaza de Haymarket, un artefacto explosivo estalla entre los policías que reprimían una nueva concentración, matando a un policía e hiriendo a varios. La policía abre fuego indiscriminado contra la multitud provocando un número indeterminado de muertos y heridos.

       Aprovechando estos dramáticos sucesos se lanza una caza de brujas contra el movimiento obrero, deteniendo y torturando a decenas de trabajadores. Finalmente se acusa a ocho de ellos (August Spies, Samuel Fielden, Oscar Neebe, Michael Schwab, George Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons y Louis Lingg), afiliados a la Asociación Internacional del Pueblo Trabajador (de corte anarquista) de complicidad con el asesinato del policía. En un juicio plagado de irregularidades, con infinidad de manipulaciones y sobornos y amenazas para conseguir testimonios que implicasen a los acusados, se les condena a muerte a todos salvo a Oscar Neebe (condenado a 15 años de prisión).

       Antes de la fecha fijada para la ejecución, la condena de Samuel Fielden y Michael Schwab se cambió a cadena perpetua. Louis Lingg apareció muerto en su celda. Se voló la tapa de los sesos.

       El 11 de noviembre de 1887 fueron ejecutados August Spies, George Engel, Albert Parsons y Adolf Fischer. José Martí, entonces corresponsal del periódico La Nación en Chicago, escribió:

            Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: "la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable».
 
 
 

1 comentarios:

Javier Harguindey dijo...

Un par de cosillas de Eduardo Galeano sobre el primero de mayo:

De "Una historia casi universal"

- La tarántula universal
Ocurrió en Chicago, en 1886.
El primero de mayo, cuando la huelga obrera paralizó Chicago y otras ciudades, el diario «Philadelphia Tribune» diagnosticó: El elemento laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal, y se ha vuelto loco de remate.
Locos de remate estaban los obreros que luchaban por la jornada de trabajo de ocho horas y por el derecho a la organización sindical.
Al año siguiente, cuatro dirigentes obreros, acusados de asesinato, fueron sentenciados sin pruebas en un juicio mamarracho. Georg Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons y Auguste Spies marcharon a la horca. El quinto condenado, Louis Linng, se había volado la cabeza en su celda.
Cada primero de mayo, el mundo entero los recuerda.
Con el paso del tiempo, las convenciones internacionales, las constituciones y las leyes les han dado la razón.
Sin embargo, las empresas más exitosas siguen sin enterarse. Prohíben los sindicatos obreros y miden la jornada de trabajo con aquellos relojes derretidos que pintó Salvador Dalí.


De "El libro de los abrazos"

- DESMEMORIAS IV
Chicago está lleno de fábricas. Hay fábricas hasta en pleno centro de la ciudad, en torno al edificio más alto del mundo. Chicago está llena de fábricas. Chicago está llena de obreros.
Al llegar al barrio de Haymarket, pido a mis amigos que me muestren el lugar donde fueron ahorcados, en 1886, aquellos obreros que el mundo entero saluda cada 1º de Mayo.
Ha de ser por aquí – me dicen. Pero nadie sabe.
Ninguna estatua se ha erigido en memoria de los mártires de Chicago en la ciudad de Chicago. Ni estatua, ni monolito, ni placa de bronce, ni nada.
El 1º de Mayo es el único día verdaderamente universal de la humanidad entera, el único día donde coinciden todas las historias y todas las geografías, todas las lenguas y las religiones del mundo, pero en los Estados Unidos, el primero de mayo es un día cualquiera. Ese día, la gente trabaja normalmente y nadie recuerda que los derechos de la clase obrera no han brotado de la oreja de una cabra, ni de la mano de un dios o del amo.
Tras la inútil exploración de Haymarket, mis amigos me llevan a conocer la mejor librería de la ciudad. Y allí, por pura casualidad, por pura casualidad, descubro un viejo cartel que está como esperándome entre muchos carteles de cine y música rock.
El cartel reproduce un proverbio de África: “HASTA QUE LOS LEONES TENGAN SUS PROPIOS HISTORIADORES, LAS HISTORIAS DE CACERIA SEGUIRAN GLORIFICANDO AL CAZADOR.”

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