1º de mayo de 1921 en el puerto de Santa Cruz
En 1889, en París, la Segunda Internacional declara el 1º de
mayo como jornada de lucha y de homenaje a los Mártires de Chicago. Pero ¿quiénes
son los Mártires de Chicago?
Hay que remontarse algunos años más. El final del siglo XIX
es un tiempo convulso para la clase trabajadora tras la Revolución Industrial.
En Estados Unidos se suceden huelgas y movilizaciones reprimidas con violencia
por la policía y la Guardia Nacional: golpes, balas y prisión son utilizadas
frente a una clase obrera que vive en condiciones de semiesclavitud, hambre y
miseria.
En ese contexto los/as trabajadores/as, organizados en
sindicatos como La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo o la Federación
Estadounidense del Trabajo, convocan a la huelga a partir del 1 de mayo de 1886
con un objetivo claro: establecer la jornada laboral de 8 horas (ocho horas de trabajo, ocho horas de
descanso, ocho horas para lo que queramos).
En Chicago, segunda ciudad más poblada de EE.UU. en aquel
momento y con las condiciones de los/as trabajadores/as aún peores que en otros
lugares del país, se paró casi completamente la ciudad. Una de las fábricas que
continuó trabajando, contratando a esquiroles, fue la empresa de maquinaria
agrícola McCormick. En la plaza de Haymarket de Chicago, el primero de mayo, se
produce una gran manifestación contra esta empresa, cargando la policía contra
los manifestantes quedando tras los disturbios varios muertos y heridos. En los
siguientes días continúan las manifestaciones obreras tanto en la puerta de la
fábrica McCormick, como en distintas partes de Chicago, aumentando día a día el
número de muertos y heridos por la represión policial. La indignación crecía.
El 4 de mayo en la plaza de Haymarket, un artefacto
explosivo estalla entre los policías que reprimían una nueva concentración,
matando a un policía e hiriendo a varios. La policía abre fuego indiscriminado
contra la multitud provocando un número indeterminado de muertos y heridos.
Aprovechando estos dramáticos sucesos se lanza una caza de
brujas contra el movimiento obrero, deteniendo y torturando a decenas de
trabajadores. Finalmente se acusa a ocho de ellos (August Spies, Samuel
Fielden, Oscar Neebe, Michael Schwab, George Engel, Adolf Fischer, Albert
Parsons y Louis Lingg), afiliados a la Asociación Internacional del Pueblo
Trabajador (de corte anarquista) de complicidad con el asesinato del policía. En
un juicio plagado de irregularidades, con infinidad de manipulaciones y sobornos
y amenazas para conseguir testimonios que implicasen a los acusados, se les
condena a muerte a todos salvo a Oscar Neebe (condenado a 15 años de prisión).
Antes de la fecha fijada para la ejecución, la condena de
Samuel Fielden y Michael Schwab se cambió a cadena perpetua. Louis Lingg
apareció muerto en su celda. Se voló la tapa de los sesos.
El 11 de noviembre de 1887 fueron
ejecutados August Spies, George Engel, Albert Parsons y Adolf Fischer. José
Martí, entonces corresponsal del periódico La Nación en Chicago, escribió:
Salen de sus celdas. Se dan
la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda
con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen
una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la
concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un
teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en
el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita:
"la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas
palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un
ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza
espantable».